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Historia de los monos de Carlos II

En la última década del siglo XVII, gobernaba en España el joven rey Carlos II, hijo de doña María Ana de Austria, el mismo que padecía de cierto tipo de enfermedad mental por la cual se creía víctima de maleficios infernales y de cuando en cuando caía presa de ataque que lo transformaban en un pobre alienado. Seguramente presionado por los tutores, los asesores y los probl...emas del reino, las crisis se volvían más frecuentes y cuando ello sucedía, el pobre Rey solía vagar delirante por los corredores del palacio o se encerraba en un salón que daba hacia los jardines donde había mandado construir jaulas especiales para los animales exóticos que gustaba coleccionar y con los cuales se distraía en los momentos de aflicción.

Mirando el colorido plumaje de los papagayos, escuchando a las loras parlanchinas, jugando con los lebreles saltarines y los suaves gatos de angora, olvidaba sus males y rehuía el trato con los ambiciosos cortesanos. Un día supo que en sus remotos dominios del Nuevo Mundo, en un puerto llamado Guayaquil, habían unos animalitos muy simpáticos e inteligentes, que de seguro iban a ser de su agrado, y no bien ponderadas las virtudes de los monos, Carlos II ordenó a su secretario real que redactara una petición para enviarla a dicho puerto, a fin que se dé cumplimiento a su voluntad de obtener una pareja de aquellos famosos animales.

Con el retraso propio de la navegación a vela, el extraordinario documento llegó a Guayaquil en el galeón "Cristo Nuevo", que ancló en el puerto el 15 de mayo de 1695, siendo entregado por el capitán de la nave en las manos del señor Corregidor don Luis López de Haro, quien al día siguiente, ante el Cabildo en pleno, mostró la Cédula Real y pidió al escribano don Diego Pacheco, dar lectura de la misma. Enterándose todos de que:... "Su Majestad Don Carlos, por la gracia de Dios, Rey de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Sicilias, de Hierusalem, de Navarra, de Algecira, etc., etc., etc., etc.,............................. teniendo noticia de que en los bosques y despoblados de esa Provincia existen monos de diversas procedencias y colores, que lo son de mi Real Agrado, os requiero como lo hago por la presente, a que me enviéis dos, de la mejor calidad y figura, al cuidado y protección de cualquier capitán o piloto de la Real Armada, en ocasión de convoy de bajeles a los puertos de Cádiz o San Lúcar de Barrameda.

Por ende yo mando dar de mis Cajas Reales, de esa ciudad, el dinero necesario para su manutención durante el viaje, a la persona o personas que de ello entiendan, advirtiendo que deben ser favorecidos y bien tratados, que en ello me serviréis. Fecha en Madrid, a 3 de marzo de 1693, años- Yo el Rey - Por mandato del Rey Nuestro Señor, don Francisco de Asuolaz, Gran Canciller y Regidor Mayor- El Marquez de Valera"... A golpes de tambor se echó a rodar el bando, leyéndolo por las calles de la urbe, se mandaron oficios a los tenientes de partidos y sendas comunicaciones a los hacendados de la región, indicándoles la fecha límite para presentarse con los monos en la plazuela del templo de Santo Domingo, donde un jurado elegiría a los mejores para cumplir los deseos de Su Majestad.

Y llegado el día, salieron electos "por votación secreta" dos hermosísimos monitos de la variedad "horros", pertenecientes a don Francisco Silverio de Peralta, maestro de primeras letras de esta ciudad, quien los había conseguido en la jurisdicción de San Francisco de Baba. En cómodas jaulas, los monos de Guayaquil partieron para España y tan pronto arribaron a Madrid, fueron la sensación de la corte, pues el Rey, encantando con sus gracias, no dejaba de mostrarlos a cuanta visita llegaba a palacio, dedicando todo el tiempo que podía gozar de sus cabriolas e inteligentes reacciones.

Hasta que una tarde en que hallándose dentro de su salón-zoológico fue presa de las alucinaciones y creyéndose perseguido del demonio echó a correr como loco, dejando abiertas las puertas de las jaulas, para ir a refugiarse en el oratorio, donde se postró al pié del altar en el momento en que le sobrevino la crisis (probablemente epilepsia, como opinan otros historiadores).

Uno de los monos, encariñado con su amo, lo sigue a la capilla y asustado, trepa al altar, hasta colocarse en posición grotesca, abrazándose al crucifijo, mientras el otro observa la escena a corta distancia. Cuando el Rey poco a poco se reanima y alza la vista hacia el altar, ¡¡Horror de horrores!! Confunde al mono con el demonio y lo que su adiebrada imaginación le proyecta es la imagen que tanto terror le infunde en los delirios. ¡¡¡Socorro!!! - grita - El diablo está aquí - clama en un supremo esfuerzo, indicando el sitio con la mano temblorosa. Y lo que los guardias y cortesanos ven al entrar en la capilla no es al demonio, sino al mono de Guayaquil, que asustado del gentío, huye en busca de su compañero, aumentando el revuelo del momento.

A cuenta de aquel tragicómico incidente que se regó por las calles de Madrid y viajó como noticia hasta este puerto, cada vez que a la Corte española llegaba uno de nuestros coterráneos, la gente se acordaba del "Mono de Carlos II" y las bromas menudeaban alrededor del "Mono de Guayaquil". Ver más En la última década del siglo XVII, gobernaba en España el joven rey Carlos II, hijo de doña María Ana de Austria, el mismo que padecía de cierto tipo de enfermedad mental por la cual se creía víctima de maleficios infernales y de cuando en cuando caía presa de ataque que lo transformaban en un pobre alienado.

Seguramente presionado por los tutores, los asesores y los problemas del reino, las crisis se volvían más frecuentes y cuando ello sucedía, el pobre Rey solía vagar delirante por los corredores del palacio o se encerraba en un salón que daba hacia los jardines donde había mandado construir jaulas especiales para los animales exóticos que gustaba coleccionar y con los cuales se distraía en los momentos de aflicción. Mirando el colorido plumaje de los papagayos, escuchando a las loras parlanchinas, jugando con los lebreles saltarines y los suaves gatos de angora, olvidaba sus males y rehuía el trato con los ambiciosos cortesanos.

Un día supo que en sus remotos dominios del Nuevo Mundo, en un puerto llamado Guayaquil, habían unos animalitos muy simpáticos e inteligentes, que de seguro iban a ser de su agrado, y no bien ponderadas las virtudes de los monos, Carlos II ordenó a su secretario real que redactara una petición para enviarla a dicho puerto, a fin que se dé cumplimiento a su voluntad de obtener una pareja de aquellos famosos animales. Con el retraso propio de la navegación a vela, el extraordinario documento llegó a Guayaquil en el galeón "Cristo Nuevo", que ancló en el puerto el 15 de mayo de 1695, siendo entregado por el capitán de la nave en las manos del señor Corregidor don Luis López de Haro, quien al día siguiente, ante el Cabildo en pleno, mostró la Cédula Real y pidió al escribano don Diego Pacheco, dar lectura de la misma.

Enterándose todos de que:... "Su Majestad Don Carlos, por la gracia de Dios, Rey de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Sicilias, de Hierusalem, de Navarra, de Algecira, etc., etc., etc., etc.,............................. teniendo noticia de que en los bosques y despoblados de esa Provincia existen monos de diversas procedencias y colores, que lo son de mi Real Agrado, os requiero como lo hago por la presente, a que me enviéis dos, de la mejor calidad y figura, al cuidado y protección de cualquier capitán o piloto de la Real Armada, en ocasión de convoy de bajeles a los puertos de Cádiz o San Lúcar de Barrameda.

Por ende yo mando dar de mis Cajas Reales, de esa ciudad, el dinero necesario para su manutención durante el viaje, a la persona o personas que de ello entiendan, advirtiendo que deben ser favorecidos y bien tratados, que en ello me serviréis. Fecha en Madrid, a 3 de marzo de 1693, años- Yo el Rey - Por mandato del Rey Nuestro Señor, don Francisco de Asuolaz, Gran Canciller y Regidor Mayor- El Marquez de Valera"...

A golpes de tambor se echó a rodar el bando, leyéndolo por las calles de la urbe, se mandaron oficios a los tenientes de partidos y sendas comunicaciones a los hacendados de la región, indicándoles la fecha límite para presentarse con los monos en la plazuela del templo de Santo Domingo, donde un jurado elegiría a los mejores para cumplir los deseos de Su Majestad. Y llegado el día, salieron electos "por votación secreta" dos hermosísimos monitos de la variedad "horros", pertenecientes a don Francisco Silverio de Peralta, maestro de primeras letras de esta ciudad, quien los había conseguido en la jurisdicción de San Francisco de Baba. En cómodas jaulas, los monos de Guayaquil partieron para España y tan pronto arribaron a Madrid, fueron la sensación de la corte, pues el Rey, encantando con sus gracias, no dejaba de mostrarlos a cuanta visita llegaba a palacio, dedicando todo el tiempo que podía gozar de sus cabriolas e inteligentes reacciones. Hasta que una tarde en que hallándose dentro de su salón-zoológico fue presa de las alucinaciones y creyéndose perseguido del demonio echó a correr como loco, dejando abiertas las puertas de las jaulas, para ir a refugiarse en el oratorio, donde se postró al pié del altar en el momento en que le sobrevino la crisis (probablemente epilepsia, como opinan otros historiadores).

Uno de los monos, encariñado con su amo, lo sigue a la capilla y asustado, trepa al altar, hasta colocarse en posición grotesca, abrazándose al crucifijo, mientras el otro observa la escena a corta distancia. Cuando el Rey poco a poco se reanima y alza la vista hacia el altar, ¡¡Horror de horrores!! Confunde al mono con el demonio y lo que su adiebrada imaginación le proyecta es la imagen que tanto terror le infunde en los delirios. ¡¡¡Socorro!!! - grita - El diablo está aquí - clama en un supremo esfuerzo, indicando el sitio con la mano temblorosa. Y lo que los guardias y cortesanos ven al entrar en la capilla no es al demonio, sino al mono de Guayaquil, que asustado del gentío, huye en busca de su compañero, aumentando el revuelo del momento.

A cuenta de aquel tragicómico incidente que se regó por las calles de Madrid y viajó como noticia hasta este puerto, cada vez que a la Corte española llegaba uno de nuestros coterráneos, la gente se acordaba del "Mono de Carlos II" y las bromas menudeaban alrededor del "Mono de Guayaquil".


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