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04 de junio, muerte de Antonio José de Sucre


El General Sucre nació en Cumaná, capital del departamento de Maturín, en el año de 1795. Su primera educación fue de las mejores que en aquella época se proporcionaban en estos países. La revolución del año de 10 encontró a Sucre al salir de la puericia. La flor de la juventud, impelida de un instinto noble y del amor á su patria, corrió á las armas, sin esperanzas de hacer fortuna, y sin más objeto que la gloria y la libertad. De este número fue Sucre. Desde luego se presintieron sus destinos. El se consagró al estudio que debía hacerle digno de su elevación. Unió su aplicación estudiosa al amor del orden, á la subordinación estricta y a la obediencia a las leyes. Con estas disposiciones sirvió desde el año de 10 y ascendió sucesivamente desde subteniente hasta Coronel. Su capacidad y su mérito le hicieron destinar al Estado Mayor, y en este ramo importante del servicio mereció ser elevado al empleo de General de Brigada, en tiempo en que no se prodigaban tan elevados puestos de la milicia. Brillo de las armas En el año de 20 fue la entrevista del Libertador con el General del ejército español don Pablo Morillo. Un armisticio y la regularización de la guerra fueron los efectos de aquel suceso memorable. El General Sucre, ya distinguido por sus talentos, por sus luces, por su destreza y su discreción, fue uno de los escogidos para concluir los convenios; y ellos serán siempre un monumento de su tino y capacidad en los negocios diplomáticos. Hasta entonces la carrera militar del General Sucre, ni fue oscura ni brillante; porque no había mandado cuerpos de ejército, y porque comúnmente el brillo de las armas no refleja sino en la espada del General. El año de 21 comienza su época gloriosa. El departamento de Guayaquil había arrojado el yugo español, y necesitaba de un Jefe que dirigiera sus movimientos y lo pusiera a cubierto de las empresas de los enemigos que ocupaban al Ecuador, Azuay y una parte del Cauca. El General Sucre fue escogido para esta empresa importante y trascendental. El salvó a Guayaquil, cuando la traición de un Jefe expuso el Departamento a recaer en poder de los españoles: reanimó los espíritus, inspiró confianza, restableció el orden, organizó los escuadrones de Yaguachi y preparó la victoria de Pichincha. En Pichincha consumó la creación de la República. Con el Sur libre, se presentó al universo Colombia en su integridad natural, y se fundaron las esperanzas de la libertad del Perú y de la creación de dos nuevas repúblicas; su recompensa fue el ascenso a General de División. Celeridad y gloria Pasto se libertó en Pichincha, y Pasto mal aconsejado se armó nuevamente contra sus libertadores. Correspondía al General Sucre asegurar el fruto de su victoria: fue encargado de someter de nuevo a Pasto, y correspondió á la confianza que de él se hizo con la celeridad y gloria con que están marcadas todas sus empresas. El genio, el mérito, la misma gloria lo llamaban al Perú, Precedió al Libertador, fue acogido con entusiasmo y encargado del Gobierno del Estado en una situación demasiado crítica. Sus esfuerzos correspondieron á la confianza que de él se tuvo: y conservó la autoridad hasta que fue encargada al Libertador. Fue preciso crear y organizar el ejército, y conferir el mando á un General experimentado y digno de acometer y dirigir la ardua empresa de arrojar al ejército español de todo el, Perú. La elección recayó en el General Sucre, aunque era el más moderno de los de su grado que existían allí. No permiten los límites de este artículo referir todo lo que hizo aquel diestro capitán. Jamás vio la América un ejército más disciplinado, más moral, ni más digno de un perfecto General. Sus movimientos estratégicos, su retirada, la elección del campo en que debía triunfar, todo fue grande, todo inspiró respeto á los enemigos, y todo contribuyó á la esplendidez de la más señalada victoria sostenida en el Nuevo Mundo. Bolivia fue una creación de Ayacucho, y los bolivianos, en su exaltación, escogieron para su primer gobernante al que les dió el ser. El General Sucre presidió los destinos de aquella nueva República con acierto y justicia. Allí desenvolvió sus talentos administrativos, el genio de un fundador y las miras extensas de un grande hombre. Zanjó los cimientos de un hermoso edificio, y resolvió dejar el mando supremo y volver a su patria, por vivir como ciudadano y dar un ejemplo práctico de republicanismo. Pisó las playas de su patria cuando ya la guerra con el Perú era inevitable. El fue precedido de la noticia de su próxima llegada; y el Gobierno quiso aprovechar esta ventaja. Le nombró Jefe superior político y militar de los Departamentos del Sur, y el suceso justificó la elección. El General Sucre aceptó el mando por el tiempo preciso de la campaña. Formó su plan de operaciones, hizo mover los cuerpos, escogió á Tarquí para teatro de su última proeza, dió la batalla, triunfó, concluyó el memorable convenio de Girón y dejó de mandar. Fatídico día Estaba convocado el Congreso constituyente que debiera fijar los destinos de Colombia, y Cumaná su país natal, puso los ojos en él. Sus distinguidas cualidades decidieron a aquel cuerpo a elegirlo para su Presidente, y posteriormente para la ardua comisión que se dirigió a Venezuela. Ella no tuvo el suceso prometido; empero sirvió para mostrar su capacidad. Habiendo regresado á la capital, resolvió marchar precipitadamente a los Departamentos del Ecuador, donde creía su presencia importante. El fue advertido de los riesgos que corría, y confiado en su nombre y en su mérito, no quiso tomar las precauciones convenientes. Esto lo perdió. El día 4 de junio en la montaña de Berruecos cerca de Pasto, recibió una descarga de fusilaría que lo privó de la vida. El Prefecto y Comandante General del Cauca están (en 1830) practicando las diligencias más activas en el descubrimiento y persecución de los asesinos. ¡Así murió a los 35 años de edad el vencedor de Ayacucho! ¡Así acabó su vida corta, pero tan llena de merecimientos!. Si hubiera exhalado su espíritu sobre el teatro de la victoria; con su último aliento habría dado gracias al cielo de haberle reservado una muerte gloriosa; pero asesinado cobardemente en una oscura montaña, él deja a su patria el deber de perseguir esta alevosía, y de adoptar medidas que corten nuevos escándalos y la repetición de escenas tan lamentables como oprobiosas. El hecho

Víctima de las intrigas El 4 de junio de 1830, día viernes, muy temprano por la mañana, Antonio José de Sucre toma el camino de su cita final. En el sendero estrecho a Cabuyal, en las montañas de Berruecos, cuatro asesinos contactados por José María Obando lo esperaban. Ellos eran: Apolinar Morillo, venezolano, Andrés Rodríguez y Juan Cruz, peruanos; y Juan Gregorio Rodríguez, de Tolima, Colombia. Cuando pasa la comitiva, una voz grita: «¡General Sucre!». El joven General, de apenas 35 años de edad, voltea y en el acto suenan los disparos. Sólo pudo oírsele decir: «¡Ay balazo!». Y cayó muerto el novel General cumanés, víctima de las intrigas y las ambiciones. Al conocer la noticia, Bolívar, lleno de dolor, exclama: «Se ha derramado, Dios excelso, la sangre del inocente Abel.


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